Y llegamos al último día del mes con el último de mis
favoritos: K DE PICAS.
“El poder de la voz”: un cuento dedicado al doblaje, a los
actores de doblaje que tan importantes son para mis criaturas, para mis cuentos
y para mí. Y estaba claro quién tenía que ser el responsable de interpretar
este texto: Don José Fernández Mediavilla, Pepe Mediavilla.
Voz inconfundible, tristemente desaparecido el pasado mes de
abril, y que fue el responsable de abrir la 1ª edición de EL PODER DE LA VOZ (y
de cerrar, juntos a sus hijos, la última edición).
Hecho a medida, por y para él, recopilando detalles de su
vida y sus propias palabras al hablar de su profesión.
Quise que, poniéndole a él, a Pepe, como ejemplo,
sintiéramos lo que vive un actor de doblaje cuando trabaja, cuando sale a la
calle pasando desapercibido, cuando la inmensa mayoría de la sociedad no
reconoce su trabajo y como, a pesar de lo ingrato que pueda resultar, sigue haciendo
magia y dándonos escenas para el recuerdo.
Un cuento que, tras
la muerte de Pepe, os confieso que no he
sido capaz de volver a escuchar. Un cuento que transmite ternura y pasión, que
nos hace sonreír y nos emociona también, como Pepe, con su socarronería y sus
anécdotas, con sus consejos y sus lecciones, como MAESTRO que era, como MAESTRO
que es.
Y así cerramos esta celebración, estos siete años de
criaturas, de historias que nacen y mueren, de aventuras que continúan vivas mientras
les prestamos atención, de noches en blanco y días de sueño, de obsesiones y
necesidad de contar, de escenarios, de estudios, de actores y actrices, de
sonrisas y alguna lágrima furtiva, de vidas, de palabras y voces… ¡Por otros
siete años más!
En recuerdo de Pepe Mediavilla. «Tu princesa te echa de
menos».
El tiempo pasa y los cuentos desfilan… Hoy toca la Q DE
PICAS: “Vecinos”, aunque no sé yo si debería llamarlo cuento… porque,
ciertamente, es más un “microteatro”.
Una casa, un escritor, un violín y una obsesión: estos
podrían ser los pilares de esta historia que, a pesar de estar pensada para ser
un cuento al uso, acabó convirtiéndose en una de las ficciones sonoras de EL
PODER DE LA VOZ con más éxito de todas las ediciones. Y digo esto porque, para
mi sorpresa y regocijo de mis criaturas, fue la primera vez que se interrumpe
la lectura por los aplausos del público. Pero creo que los verdaderos
responsables de esa explosión del público fueron los actores que dieron vida a
la historia: Héctor Cantolla y Gus Cantolla.
Os contaré un secreto: esta historia está basada en un hecho
real… Solo en parte, claro. Una amiga me contó que su vecina no paraba de
practicar con un violonchelo y yo, que convierto el más mínimo detalle en algo
que contar, decidí darle una vuelta de tuerca e inventar este “Vecinos”, que
tantas alegrías me ha dado.
Apaga la luz, hazme caso, siéntate en el salón de tu casa,
dale al play y cierra los ojos…
Vamos llegando a final de mes y también al pódium de estos
siete cuentos, que han servido para celebrar estos siete años dándole a la tecla.
Y vamos con la J DE PICAS: “Sara”. Una historia con nombre
de mujer pero evocada e interpretada por un hombre: Eduardo Gutiérrez. Imposible
no añadir aquí que, como buen actor que es, me robó el corazón con esa manera
tan deliciosa que tiene para decir “vidriosos”.
Una historia que habla de la decadencia y la vida decadente
que nos rodea. Y, a su vez, nos dibuja el lujo y la elegancia de esas fiestas en
las que fingimos ser felices y cometemos excesos, apelando al hecho de que «los
demás también lo hacen».
Un cuento que nació de su escena final y que, poco a poco, a
base de escuchar jazz melódico y de dejarme influir por alguna película de la
época clásica de Hollywood, fue tomando forma hasta convertirse en un cuerpo
desmejorado y huesudo, enfundado en un precioso vestido de satén rojo.
Hay varias versiones de este cuento. Una de estudio, en
solitario, otra en el teatro, acompañado de Beatriz Melgares, y una en papel,
negro sobre blanco.Como comprenderéis,
os dejo la versión en vivo y en directo en el teatro de Talavera.
Venid a la fiesta y, copa en mano, observemos a Sara, que se
deja caer sobre la barra, envuelta en ese halo de misterio que siempre me
fascinó.
Y continuamos con otro de mis
cuentos favoritos: CUATRO DE PICAS.
Este relato, donde Lucía nos
cuenta como es su vida, es un reflejo de las miles de personas ciegas que viven
su realidad de una forma positiva y peculiar.
La idea surge por una
colaboración en uno de los blogs de MadridActual. Cuando me pidieron que escribiera
algo, no demasiado largo, sobre la temática que a mí más me apeteciera…, pensé
en contar la realidad desde el punto de vista de una persona ciega.
Lucía me ha dado grandes alegrías
y ha puesto el dedo en la yaga de la incomprensión y la invisibilidad del mundo
“vidente” en el que nos movemos. Un mundo del que tendemos a excluir a
cualquiera que no cumpla los requisitos estandarizados de normalidad.
Os dejo la versión escrita y
la versión sonora, con la voz de Sonia Ramírez, actriz protagonista del
cortometraje “Para Sonia”.
Disfrutadlo.
TENGO
SUPERPODERES
Aún no son las ocho de la mañana y aquí me
tenéis: helada de frío, sentada en un banco frente a mi casa, con el abrigo encajado
hasta los ojos, esperando a mi taxista de cabecera.
Me llamo Lucía, llego tarde a una reunión y soy ciega.
No me gusta presentarme así, por la misma razón
que cualquiera que esté esperando el autobús no dice: «Hola. Me llamo Jaime, voy
a coger el 43 y tengo mononucleosis». Pero es que más de uno (y de dos) me ha
tachado de borde por no saludarle, así que yo ya lo voy avisando por si las
moscas.
Tengo superpoderes. Pensaréis que estoy loca
y quizá tengáis razón, claro que para trabajar en mi gremio hay que tener un
toque de locura, pero es la verdad: tengo capacidades especiales que los demás
(la gran mayoría) no tienen.
Si entramos en un café, podría deciros que la
señora de la última mesa, en realidad, se está tomando un carajillo (y son las
nueve de la mañana) o que el tipo de nuestra derecha viene del gimnasio y ha
decidido no ducharse (gran error por su parte).
También soy capaz de mantener una conversación
mientras escucho las otras tres que hay a nuestro alrededor, saber el importe
de la moneda que se acaba de caer o la
talla de un pantalón sin necesidad de buscarle la etiqueta.Puedo haceros la mayoría de los cálculos matemáticos,
sin tirar de calculadora, y he desarrollado una memoria prodigiosa a la hora de
recordar números de teléfono, fechas, calles, convirtiéndome en una agenda con
patas, muy solicitada entre mis amistades.
Me encanta descubrir qué me han regalado sólo
con la avanzadilla de coger el paquete, agitarlo, apretarlo y soltar la bomba:
“es un juego de pulseras con cuentas de madera», dejando sorprendidas a las
visitas con mis dotes adivinatorias. Descubrir quién es quién con un simple
«hola» cazado al vuelo. O, con mi súper sentido del gusto, ser capaz de
descodificar un sabor hasta reducirlo a un puñado de ingredientes.
A estas alturas estaréis pensando que soy rara.
No, yo no. La enfermedad que tengo, retinosis, sí que lo es, aunque a mí no me
gusta catalogarla así, (realmente, no me gusta catalogar nada). Prefiero decir
que es “exclusiva” porque somos pocos los que la tenemos. Eso nos convierte en
personas únicas e irrepetibles que se mueven por la ciudad (y por la vida)
haciendo uso de sus superpoderes.
Quizá penséis que es una pena vivir así, sin
poder disfrutar de los colores de un atardecer, de una película o del tipo
guapo que se me ha sentado al lado en el metro. No lo veo, es cierto, pero ¿no
creéis que si fuera tan importante ver, todos podríamos hacerlo? Yo puedo
sentir el calor de ese atardecer, disfrutar de las fabulosas voces de nuestros
actores de doblaje o, si la cosa sale bien, quizá descubra que, bajo el
llamativo envoltoriodel chico guapo del
metro, hay alguien mil veces mejor.
Yo no le doy demasiada importancia a estos
detalles de mi día a día pero, ciertamente, mi vida es una colección de retos
que me obligan a estar activa, despierta, porque si el “juego” me resultara demasiado
fácil sería muy aburrido.
Ahí
llega mi taxi. Las prisas me reclaman. Nos vemos...
Se nos acaba el mes, pero no los cuentos. Vamos con el TRES
DE PICAS.
De esta historia hay dos versiones: una en formato
narrativo, de la que no conservo ninguna copia, y la versión teatralizada que
se utilizó en la 2ª edición de EL PODER DE LA VOZ.
Un cuento donde, siguiendo la premisa típica de mis
historias, las cosas no son lo que parecen. Una última conversación de un
matrimonio mientras el marido prepara la maleta se convierte en toda una
declaración de principios… y finales.
En el teatro, pudimos disfrutar de esta ficción sonora con
dos ACTORES en mayúsculas, Elena Ruiz de Velasco y Rafa Calvo, que mantuvieron
el suspense y la incertidumbre hasta el punto final.
En esta noche de luna roja, disfrutemos de los besos que se
guardan en cajas para su conservación.
A veces llega primero la voz y después la historia. Este relato
es un claro ejemplo. Continuamos con el DOS DE PICAS: “Victoria”.
Poder contar con Antonio Esquivias para la 1ª edición de EL
PODER DE LA VOZ fue un lujo. Su voz da mucho juego y eso me puso las cosas muy
fáciles… Lo que no esperábamos ninguno es que se creciera tanto y tanto sobre
el escenario, arrancándole al público uno de los aplausos más intensos de la
noche.
Un momento tan relevante como la recogida de un premio se
puede transformar en un momento inolvidable para todos los asistentes a ese
evento, incluida Victoria que, sorprendida y abrumada por la situación, escucha
desde el público con todos los ojos puestos en ella.
De este cuento no hay grabación de estudio, ni falta que le
hace, porque está claro que las mejores interpretaciones siempre son en directo
y al calor del público.
Poneros vuestras mejores galas para asistir a esta entrega
de premios que ya ha pasado a la historia.
VICTORIA
(La televisión nos muestra un hombre con esmoquin que sube a un
escenario a recoger un premio, mientras, el público aplaude puesto en pie)
Gracias a todos… Dicen que los premios a toda una carrera suelen
ser los últimos que te dan. Aprovechemos el momento…
En esta vida me he cruzado con gente buena. Muy buena. De esa que
no quiero perder y que llevo aquí, en este corazón al que ya le van fallando
las pilas. También me he encontrado con gente mala, grandes hijos de… que no
merecen un hueco aquí.
Todos sabemos que éste es mi último premio. Está claro que ya miro
la vida por el retrovisor… Soy mayor. Muy mayor. Mayor incluso para ser mayor.
Y, como tal, me puedo permitir el lujo de decir cualquier cosa. Decir, por
ejemplo, que nunca me he leído el “Ulises” de Joice, ni pienso hacerlo. Que la
voz de José Guardiola es mil veces mejor que la de Bogart, aunque los puritanos
de la versión original se me echen al cuello. Y también puedo decir que
Victoria Leiva llegará tan lejos como ella quiera, no lo dudéis.
Sí, Victoria. No puedo dejar de nombrarte en éste, mi último
discurso.
Te recuerdo cuando llegaste a Madrid. Una joven llena de
entusiasmo, preciosa, con más jeta que talento a la hora de actuar y con un
manejo en los idiomas que pronto te abrió las puertas… de todos los
dormitorios. Y así, cama a cama, has llegado donde estás.
Tranquila, preciosa, aquí todos sabemos de lo que estamos hablando.
Cuando nos presentaron, te ofrecí mi ayuda sin esperar nada a
cambioy, quien me conoce, sabe que esto
es verdad. Sin apenas darme cuenta, te tenía entre las sábanas y pensé que, en
el fondo, no estaba tan mayor si aún conseguía despertar esos deseos en una
joven como tú.
¡Error! Está claro que lo tuyo es la interpretación, preciosa. Ojala
fuerastan buena en pantalla como lo
eres en el dormitorio.
Tu carrera empezó a despegar y cada vez tenías más compromisos… de
cama, probablemente. Y me fui quedando en un segundo plano, tercero… hasta
desaparecer de escena.
Después, te veía en fiestas, colgada del brazo del tipo de moda y
yo pensaba: «¿Qué tendrá ese que no tengo yo?».
¡Éxito! Eso era lo único que tenían, éxito. Cinco minutos de
gloria. Eso es lo único que buscas, Victoria, y eres capaz de cualquier cosa
con tal de tener tus cinco minutos. Esa es la única razón de que hayas vuelto a
mi vida, porque hoy, por este rato, yo soy ese tipo de éxito.
Pero soy generoso y, como ves, te he cedido mis cinco minutos.
En fin, termino ya, lo prometo.
Gracias por este premio, significa mucho para mí. No sólo porque me
ha recordado que hay quien me quiere bien sino, y esto es exclusivamente para
ti, Victoria, porque me ha servido para darme cuenta de que todos estos años
deseando que volvieras sólo han sido una pérdida de tiempo. Búscate un taxi,
preciosa. No seré yo quién te lleve de vuelta a casa.
Parece mentira… pero hace siete años ya que abrí, de par en
par, las puertas de este blog y, aunque últimamente lo actualizo poco, siempre
ha sido lugar de encuentro y reunión. Por eso, celebremos estos siete años de
locura con mis siete cuentos favoritos.
Empezamos por el As pe Picas, un clásico: “El hombre del
traje gris”. Repetido y reproducido hasta la saciedad, me sigue poniendo los
pelos de punta al escucharlo con la voz de Jose Luis Gil.
Un cuento melancólico y calmado, que nos envuelve y nos sitúa
en esa terraza de Madrid donde, sentado y solo, vemos a un tipo de traje gris esperando
la llegada de la alegría vestida de colores.
Un cuento que surgió por casualidad, tras escuchar una frase
cazada al vuelo al paso de una chica que siempre llevaba diminutosvestidos de colores.
Disfrutad o descubrid este delicioso cuento que contiene
todos los colores, incluido el gris.
Estoy cansado de mi vida, monótona,
aburrida. De casa a la oficina y de la oficina a casa. Vestido de gris. Solo,
siempre solo. Mi mujer se cansó de esperar a que volviera a quererla y un día,
al regresar del trabajo, había recogido sus cosas, la mitad de mi vida, y se
había marchado.
Todas las mañanas, a las nueve, ficho en la
oficina, un agujero donde quemo los días que me quedan, donde mis ideas caen a
la moqueta sin que nadie las aproveche. Café de máquina a eso de las once y
conversación absurda con dos tipos de administración de los que ni siquiera
conozco sus nombres. Y, a las dos, bajo a comer a la misma cafetería donde lo
único que cambia es la mesa en la que me acabo sentando: dentro en invierno y
en la terraza cuando llega el buen tiempo.
Cuando
como fuera, observo la gente que viene y va: los que bajan del 43, los que
entran en la boca del metro, los que cruzan despreocupados.
Ella apareció de repente. Un día me fijé que
una joven rubia, esbelta y pálida se sentaba unas mesas más allá a tomar un
café, haciendo tiempo para que llegara el 43. Unas veces vestida de verde,
otras de rosa, de rojo, azul…
He coincidido con ella cada día, a la misma
hora; apenas veinte minutos en esa terraza y en cuanto ve venir el 43, se
levanta corriendo y sube apresurada al autobús, hasta el día siguiente en que
vuelve a aparecer doblando la esquina, con sus vestidos de colores vivos:
granate, celeste, lila…
Sentado frente a ella, la miraba
ensimismado, hasta que un día comenzó a saludarme, sin más, sólo por el simple
hecho de vernos a diario en esa cafetería.
Es increíble cómo se ilumina la calle cuando
ella dobla la esquina, contagiando alegría. Y al pasar por mi lado, casi
rozándome, con su saludo sonriente, consigue arrancarme una respuesta tímida. Y
al ver a lo lejos el 43 enfilar la avenida, se levanta deprisa y me grita un
“hasta mañana”. Y entonces veo un vestido de color intenso correr a la parada y
perderse entre la gente.
Todos los días espero con ganas que lleguen
las dos para ver de qué color iluminará mi día ¿Naranja? ¿Morado? ¿Amarillo?
He decidido dejar de vestir de gris. Me he
comprado una camisa nueva, roja, por ver si hoy coincidíamos los dos en elegir
el mismo color. Entonces, me acercaré a ella para invitarle a un café y hablaremos
de las coincidencias, de los colores… Y, antes de que salga corriendo a coger
el 43, la invitaré a cenar. Y quedaremos esa noche, vistiendo del mismo color.
Cenaremos y, de la mano, la acompañaré a su casa, donde nos despediremos con un
beso que invite a algo más...
Por fin son las dos. He bajado a la
cafetería con mi camisa nueva de color rojo, pero hoy se retrasa. Quizá se
encontró con alguien, quizá ha ido a otra cafetería con ese alguien… Pasan los
minutos pero ella no aparece. Veo enfilar el 43 por la avenida. Me impaciento y
miro ansioso el reloj… Gris. Gris…
Me doy cuenta de que todo aquello es
absurdo. Nunca nadie como ella se va a fijar en alguien como yo, un hombre gris
que por un momento intentó llenarse de color, pero en el fondo sigo siendo
gris. Lo sé.
Ella no va a venir. Ni si quiera imagina que
la estoy esperando, que desde hace un tiempo es lo único que me levanta de la
cama. Sólo soy alguien al que saluda, al que nunca ha prestado atención. Por
eso hoy no ha aparecido, ni va a aparecer. Estoy convencido de que si se
hubiera acercado a mí habría acabado siendo como yo, pesimista, aburrida,
triste, amargada…
Veo inquietarse a los camareros que suben
nerviosos el volumen de la televisión. El telediario habla de una joven que se
ha arrojado al paso del 43. Sobresaltado, corro al interior de la cafetería
para ver lo que está pasando. Apenas unos segundos, no consigo distinguir las
imágenes, sólo un vestido de un rojo intenso que contrasta con el gris del
asfalto.