“El viento agita las ramas de
los árboles moviéndolas de un lado a otro de la calle. Unas veces lentamente,
otras de forma brusca, obligándolas a soltar las hojas que caen con un grito
mudo hasta acabar arrastrándose por el suelo, moribundas, a merced del viento
impertinente y de los pasos rápidos de la gente.
Se va notando ya el frío. Algunos
suben las solapas de sus chaquetas, intentando así zafarse de él. Pero el frío
se cuela por cualquier resquicio mordiéndoles por dentro, obligándoles a
encogerse dentro de sus chaquetas buscando refugio.
Diminutas gotas de lluvia lo salpican todo. Invisibles, van calando
sin prisa lo que encuentran a su paso, cuajando los cristales de los coches de
pequeñas motas transparentes que resbalan como lágrimas, dejando ondulados
surcos brillantes.
Mis botas se sienten niñas mientras juegan en los charcos de hojas que
se han ido formando a lo largo del camino. Paseo parapetada tras mi bufanda y
con el pelo enredado en las manos del viento que me acompaña mientras saco al
perro por el parque que hay frente a tu casa.
Sé que me estás mirando desde tu ventana, observando el juego que me
traigo con las hojas, con el aire, con las pequeñas gotas de lluvia que se
escapan cuando el viento cesa. Imagino lo que estás pensando, el odio que
guardas. Ése que aún no ha desaparecido, el que te obliga a mantenerme lejos de
ti (…)”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario