No la quería, es cierto. Para mí sólo
era un entretenido juego de seducción. Cuanto más difíciles, más despiertan mis
ganas de querer desmontarlas.
El sexo no es la razón primordial por la
que lo hago. Aunque, por supuesto, no voy a despreciar una buena ración de
cama. Suelen ser muy generosas cuando creen que te has enamorado.
Beatriz es uno de los mejores ejemplares
que se me han puesto a tiro. Tenía un atractivo natural, una sensualidad innata
que conseguía atraparte. Tan discreta, tan callada. Perfecta. Con un toque de
timidez e ingenuidad que la convertían en un delicioso bocado al alcance de muy
pocos.
Trabajaba de camarera en el bar donde suelo parar después del trabajo. Con el pelo recogido y ligeramente maquillada,
se podía intuir un bonito cuerpo bajo el uniforme. Lo que más me gustaba eran
sus piernas, largas y torneadas, que cruzaba con picardía cuando se sentaba a
descansar en uno de los taburetes de la barra.
Acabé enterándome de que estaba casada
desde hacía años con una mala bestia que nunca supo tratarla. Solía engañarla
con cualquiera, sobre todo con la bebida, cosa que no tardó en pasarle factura.
El hecho de que su marido fuera un
miserable frenaba mis instintos de caza. Demasiado fácil conquistar a alguien
con un tipo así al lado. Aburrido. No era para mí. Pero ese atractivo suyo, tan
morboso… No pude contenerme y comencé con mi metódico ataque sin sopesar las
consecuencias. (…)
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