Aquel verano acepté trabajar en la radio como
apoyo psicológico en uno de esos programas a los que la gente llama para
desfogarse contando sus miserias. Mi gabinete estaba en horas bajas y algo como
aquello podría darme la publicidad que necesitaba.
La noche que Carlos llamó estaba siendo bastante
intensa, con historias de esas que emocionarían a cualquiera con un mínimo de
sensibilidad. Pero yo permanecía impasible, como de costumbre, manteniendo las
distancias asépticas. Es mejor no empatizar si no quieres que esta profesión
acabe pasándote factura. Hasta que oí su voz. Aquel "hola" irrumpió
en el estudio poniendo en alerta mis sentidos. Era una voz distinta, de tono
serio y algo inseguro. Cortante en sus respuestas pero desesperado por
desahogarse contando aquello que le quemaba por dentro.
Poco a poco fue bajando la guardia mientras
desgranaba su historia. (…)
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