Nos amordaza limitando nuestra voluntad,
atenazando nuestros movimientos; influyendo en nuestra consciencia e
inconsciencia, marcando siempre lo que debemos hacer, sujetos por simulacros de
moral. Ese es el pudor: quien nos obliga a sentir, a pensar, a tocar a su
manera. Manteniéndonos a salvo de los más bajos instintos, del ansia de placer.
Cuando te conocí, mi pudor venía conmigo,
vigilante. Sujetaba mis manos; tapaba mi boca, cubría mis ojos para no dejarte
ver mi deseo, aquello que en verdad quería hacer y que me hicieras.
La coraza invisible que mi pudor había creado me
mantenía a salvo de ti, de los intentos de caricias bajo la mesa, de las
palabras lascivas que susurrabas cerca de mi oído buscando provocarme.
A esas alturas ya estarías cansado y a punto de
rendirte. Pensaba mucho en aquello, en por qué no era capaz de despojarme de mi
maldito pudor y salir corriendo a buscarte, olvidando lo aprendido y deseando
que me enseñaras a ser perfecta para ti, sin preocuparme del antes ni asustarme
de lo que viniera después.
Tomé una decisión. Esa noche dejé a mi pudor
aletargado en el sofá y salí a buscarte. El alcohol y las ganas de sentirte
dentro de mí hicieron el resto.
Despojada de la vergüenza y llevando apenas un
vestido de tirantes, acabé en tu casa. Dimos rienda suelta a mis más bajos
instintos acumulados durante tanto tiempo, derramándome gota a gota como
siempre había querido hacer contigo, como tú merecías.
Saboreaba el momento y a ti, disfrutándote,
intentando cumplir con lo que me pedías, con lo que esperabas de mí. Nadie se
te había entregado así, alcanzando ese punto desvergonzado, irracional. Me
estremecía arrebatada por el ansia y las ganas de mostrarte lo obediente que
podía llegar a ser para ti.
Me gustó experimentar contigo, olvidando la
culpa. Llegar a traspasar mis propios límites y, después, dejarme morir en ti
para comenzar de nuevo sin habernos recuperado. Sintiendo el tacto de tus manos
diestras sobre mi cuerpo ingenuo. Rompiendo tabúes, haciéndolos reventar contra
el suelo, donde también acabamos tú y yo, gimiendo y sudando. (…)
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