Y en mitad de
la sala vacía, cuando las campanas de la iglesia rompieron el silencio, María
subió a la superficie de las páginas, dando una tremenda bocanada de aire.
Apoyándose en el borde del libro, con esfuerzo, consiguió salir de la marea de
palabras que la empapaba.
Por unos
segundos, se quedó sentada en el borde de la mesa, recuperando el aliento,
ahora que, por fin, estaba en tierra firme. Se retorció el pelo hasta lograr
que cayeran las últimas letras que aún goteaban, formando un charquito de sílabas
en el suelo, y sacudió de sus manos frases completas que, como algas pegajosas, se le habían quedado
enredadas entre los dedos.
Se giró y
volvió a mirar a las profundidades del libro. Y allí estaban, suspendidos en el
último renglón de la página, el Capitán Nemo, a punto de enfrentarse al
gigantesco pulpo que, con sus interminables tentáculos, había conseguido
atrapar al escurridizo Nautilus.
Suspiró y
cerró el libro, con cuidado, tratando de no empapar, aún más, la mesa de la
biblioteca con el agua que se desbordaba por los márgenes.
Se acercó a la
estantería que guardaba todas las obras de Julio Verne y, poniéndose de
puntillas, dejó el libro en el hueco que le correspondía, despacio, sin agitar
demasiado su interior.
Y, chapoteando
entre historias a medio terminar, dejando tras de sí un reguero de vocales y
consonantes, regresó a casa, deseando volver al día siguiente para zambullirse,
de nuevo, en las profundidades del libro.
Imagen:
http://whitebook.deviantart.com/art/The-Water-Book-88384567
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