El constante pitido del despertador me devuelve a la realidad y,
aunque en el fondo quiero lanzarlo por la ventana por despertarme en otro día
infernal de trabajo, hago todo lo posible para enfrentarme con dignidad a esta
nueva jornada.
Hoy no voy a consentir que me suceda lo mismo de ayer. Tantos años de
estudio para conseguir plaza en este instituto, no voy a tirarlos por la borda
por culpa de cuatro malcriados que intentan medir sus fuerzas diariamente
conmigo.
Al principio no era así. Estaba orgullosa de mis chicos, de sus
logros, del buen ambiente que se había conseguido en la clase y del alto nivel
académico que estábamos consiguiendo a base de trabajo constante.
Pero el tiempo lo estropea todo y mis chicos fueron creciendo y
cambiando. Aunque seguían siendo aplicados y buenos estudiantes, algunas de las
manzanas de mi cesto se han ido pudriendo por culpa… no sé muy bien de qué.
Las clases se fueron convirtiendo en una batalla constante entre ellos
y yo. Me sentía tan sola. No sabía qué hacer, intentando mantener mi autoridad
pero sin el apoyo de nadie, si acaso alguno de mis alumnos pero poco más. La
dirección, el claustro y sus propios padres se lavaron las manos, achacando el
problema a que yo no era capaz de llevar la clase, a que quizá eso "no era
lo mío". (…)
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