martes, 28 de junio de 2016

Ruth. ('Con nombre propio')

Bajamos la escalera, en penumbra. Tus dedos fríos se entrelazan con los míos. Tiro de tu mano. No puedo aguantarlo más. Con vergüenza, bajo la cara y la apoyo en tu hombro. No dejo de pensar en que me muero porque tomes la iniciativa y me beses. Ahora. Ya.
Y, por fin, tu mano me levanta de la barbilla, despacio. Puedo notar tu boca acercándose a mí. Tus labios me besan marcando los míos con tu sabor y tu lápiz de labios. El tiempo se para en nuestro beso mientras dos bocas enloquecidas se devoran.
Tus dedos se enredan en mi pelo y mis brazos rodean tu cintura, estrecha, mía. Te atraigo hacia mi cuerpo. Nuestras bocas buscan saciarse la una en la otra.
Tus ansias me empujan contra la pared. Te pueden las ganas, nos pueden a las dos. Este beso llevaba mucho tiempo esperando ser dado, aunque fuera a oscuras y en secreto.
Siento calor, un calor que puede conmigo. Se refleja en mis mejillas, me arde dentro. No pienso hacer caso a mis miedos y te beso aún con más ganas.
Oímos pasos en la escalera y nuestro beso se diluye en segundos. Alguien baja a los servicios de aquella tasca de la zona vieja de la ciudad. Como dos resortes, nos soltamos. Te separas de mí lo suficiente para que aquello parezca una conversación inocente.
Nuestra amiga María pasa entre las dos. Se sonríe. Parece saber lo que acaba de pasar y esa naturalidad con la que lo asume nos hace respirar aliviadas. Somos nosotras quienes más nos estamos censurando. Me miras y susurras:
-Volvamos con los demás.
Sonrío, asintiendo..
Me ofreces la mano y, sin dudarlo, la cojo con fuerza y subimos la escalera sin soltarnos.

viernes, 24 de junio de 2016

Reflexiones



Espero  —y desespero— al frescor del aire acondicionado. Y, entre tanto, voy leyendo la pila de periódicos que ponen a mi alcance, para que mate el tiempo —ya de por sí muerto—, mientras aguardo mi turno. Y, en los papeles, todos me cuentan lo mismo: fraudes, política y políticos…
Los políticos… Especímenes a estudiar. Tan correctos, tan educados, tan bien vestidos, tan cínicos, también. Nos estrechan la mano mientras, con la otra, remueven dentro de la caja común para, pellizco a pellizco, ir sacándonos los hígados sin  perder jamás la sonrisa.
Los políticos… Capaces de prometerte el oro y el moro y, cuando llega el momento, hacer gala de su memoria de pez, olvidando lo prometido y cambiando todos los platos del menú, sin consultarnos, por supuesto.
Políticos  con maletín y dientes blanqueados, como sucede con el dinero, de sonrisa artificial, como sus discursos, a los que un grupo de gabinete, publicistas vendiéndonos un producto, les marca el qué y el cómo decirlo. Gente tenaz que no sueltan la poltrona por más que se tire de ellos y que cambian de camisa —y de color— sin despeinarse, con tal de mantener su posición ventajosa.
Políticos... Que se creen los mejores y, en eso, llevan razón. Son los mejores: los mejores hipócritas, los mejores farsantes, los mejores a la hora de asegurarse el futuro y jodernos el nuestro.
Bien mirado, no debe estar mal eso de ser político. Con tu cargo y sin cargas, con tu chófer y tu coche oficial, con tu traje y tus dietas que complementen un sueldo abultado ya de por sí. Con la erótica del poder, que eso también es un plus a la hora de decantarte por esta profesión.
Un buen político, de esos que viven a base de mentiras, que es como mejor se debe vivir; dilapidando el dinero de los demás, que así no duele gastarlo; y pisando cabezas, para avanzar, calzando los zapatos más caros y calzándote a las más caras, que eso ya es una tradición en las altas esferas.
Y llegados a campaña electoral, vamos a contar mentiras, tralará… Vamos a prometer lo que sabemos a ciencia cierta que no podemos cumplir, tralará… Vamos a ver cómo podemos seguir viviendo del cuento, que ya vendrá otro que solucionará los problemas que vayan surgiendo, tralará...
Dejo el canturreo. Es mi turno. Soy el siguiente en la ventanilla del paro. Pero ya tengo claro el empleo que deseo solicitar.

jueves, 23 de junio de 2016

Guillermo. ('Con nombre propio')




-Y ahora que te veo, me doy cuenta de que el tiempo te ha pasado por encima. Sólo hace un año que te perdí la pista, que me marché, y casi no puedo ni reconocerte. Dónde está el hombre luchador que yo recordaba, ese que conseguía todo lo que se proponía. Dónde está aquéll que plantaba cara a los problemas y se rasgaba las vestiduras frente a las injusticias. ¿Dónde se quedó, lo sabes? Estoy buscando al tipo que consiguió sacarme del pozo en el que yo solita me había metido. ¿Sabes algo de él?, porque no es la persona que tengo delante, eso está claro. Ya no tienes ese brillo en tus ojos, Guillermo, ni tu sonrisa, ni esa fuerza. Ni siquiera eres capaz de mantener la cabeza levantada mientras te hablo. Te refugias en tus cigarrillos abrazando con pasión a esa maldita botella, con la misma pasión con la que antes abrazabas a las mujeres. Con la misma pasión con la que, ilusa de mí, creí que me acabarías abrazando algún día. ¿Qué fue del tipo que me deslumbró al conocerle? ¡Vamos, di algo! Cómo has sido capaz de convertirte en esto, tú que presumías de estar blindado ante todo y ante todos. Cuántas veces intentaron hundirte tirando por tierra tu trabajo, tu carisma, lanzando rumores sin fundamento. Y daba igual lo que dijeran porque todo parecía pasar por tu lado sin rozarte. ¿Y ahora? Guillermo, siempre tuve fe en ti. No daba crédito cuando me contaron que habías decidido tirar todo por la borda sin razón alguna. ¿Por qué? ¡Levanta la cara, maldita sea, y mírame! ¿Qué razón tienes para estar así? ¿Qué ha sido lo que te ha destrozado de esta manera convirtiéndote en un despojo de ti mismo? ¿Acaso es por amor…? Quién es ella, dímelo. Qué te ha hecho. Tanto te duele esa mujer que te dejas ir, así, sin más…
Guillermo, al fin, levanta despacio la cabeza y la mira, interrumpiendo así el discurso vehemente que Sara le grita en mitad de una habitación sucia y desordenada.
-Sara, con lo lista que fuiste siempre y aún no te has dado cuenta de que eres tú quién me ha hecho esto.


martes, 14 de junio de 2016

Natalia. ('Con nombre propio')



Nunca pensé que sentiría esa enfermiza e irracional sensación que son los celos. Esos que llegan cuando menos te lo esperas y te devoran la razón para retorcerla hasta el extremo.
Natalia era mi referente de mujer perfecta: trabajadora, humilde, discreta incluso al vestir, y con mucho carisma. Un diamante en bruto, difícil de encontrar en los tiempos que corren. Éramos compañeras de trabajo y de copas. En poco tiempo nos hicimos inseparables. Tenía suerte de que estuviera a mi lado. Nuestra complicidad llegaba al punto de que sólo con mirarnos sabíamos qué pensaba la otra. No había secretos entre nosotras ni nada que pudiera resquebrajar nuestra sólida amistad.
Una noche de borrachera, Natalia me confesó que Sergio -uno de los jefazos de la empresa- llevaba tiempo detrás de ella y que había decidido quedar con él. Yo sabía que le gustaba aquel tipo engreído y prepotente, lo que no me esperaba es que Sergio pudiera tener ojos para algo más que no fuera su propio reflejo en el espejo.
Exaltada, quiero pensar que por los efectos del alcohol, comenzó a desgranarme un listado de virtudes que sólo ella veía.  Cuanto más la oía hablar,  más crecía en mí un odio irracional hacia ese tipejo con traje de marca y pocas ideas. De nada sirvieron mis intentos por mostrarle el tipo de persona que realmente era, ella no me escuchaba. El amor le taponaba los oídos y reblandecía su criterio. Nadie en su sano juicio sentiría algo por alguien como Sergio. Un trepa que había llegado a lo más alto pisando cabezas y tirando de contactos influyentes. Valían más sus zapatos que él. Pero Natalia me ignoró por completo.
Iban a quedar al día siguiente. Cuando lo dijo algo estalló dentro de mí. Se podía ver la rabia asomando en mi cara, no me molesté en disimularlo, me daba lo mismo si Natalia se percataba de mis celos. En el fondo buscaba que los percibiera.
La rabia y los celos bullían en mi cabeza. ¿Cómo podía querer algo con el mediocre de Sergio? ¿Cómo podía decirme que era lo mejor que le había pasado? ¿Y yo? ¿Dónde quedaba yo entonces? ¿Acaso yo no era nada para ella?
Natalia estaba tan embobada con su cita que pasó por alto el rencor destilado en mis palabras. Ya sólo pensaba en qué vestido se pondría para esa cena.
Demasiados preparativos para una cita que nunca llegó.
(…)


jueves, 9 de junio de 2016

Justine



Siempre he pensado que eso del amor está sobrevalorado. Realmente, ¿qué es amor? ¿Quién se encarga de decidir  lo que ha de ser para  cada uno?
Hay tantas clases de amor como  personas, pero los apasionados de los tópicos y las clasificaciones suelen reducirlo a dos categorías: el amor de mujer y el de hombre. Demasiado básico, demasiado simplista, las cosas nunca son blancas o negras.
De siempre nos han inculcado que el hombre es más visceral y la mujer más pasional. Y, por eso, muchas se engañan pintando de amor sus pasiones, para no sentirse culpables si, en algún momento, acaban gozándolo contra la pared de un aparcamiento vacío.
Eso no es malo —lo del aparcamiento—, solo que no es amor sino sexo. Pero muchas temen decir esa palabra en voz alta. Reminiscencias de un estilo de vida ya pasado que no termina de destilarse.
Yo me he cansado de sostener esa mentira y, desde  que él se marchó, he decidido convertir mi vida y mi cama en motel de paso, para cualquiera que tenga tiempo y ganas de prestarme atención.
Mis amigas  piensan que, en el fondo, soy una ninfómana descontrolada que no sabe reconocer su adicción. Lo que no saben es que el amor, el verdadero amor, solo se siente una vez. Y yo ya lo sentí y lo perdí, o mejor dicho me perdió, porque creo que, ese pobre desgraciado, no sabe  realmente lo que ha dejado atrás.
Y le imagino en brazos de alguna intentando centrarse para no pensar en mí, en la resistencia de su cinturón y las gotas de sudor lloviendo la cama, en las cenas románticas que improvisábamos al salir del trabajo, en las tardes de cine clásico en el sofá rojo del salón, …
Estoy segura que más de una vez ha pensado en mí, como yo pienso en él. Y que más de dos veces se ha tenido que sujetar las manos para no llamarme desde cualquier cabina, en mitad de una noche perdida.
Pero, por suerte, el tiempo todo lo cura; y ahora él tiene su espacio y yo la cama llena. Y no me siento mal por ello, ni consiento que ningún desgraciado me etiquete con  apelativos reservados únicamente para nosotras, porque si yo fuera un hombre, ninguno de los que ahora me escucháis os lo plantearíais. Al contrario, aplaudiríais mi actitud  (siempre que no fuera con vuestra hermana, claro).
No considero que los hombres que  pasan por mi cama sean pañuelos de usar y tirar, algunos también tienen su encanto, a veces hasta una conversación interesante, solo que no suelo darles tiempo extra. Me gusta dormir sola y una vez me he duchado espero no encontrarles entre mis sábanas.
Sería divertido ver como uno de esos escritores, que enarbolan la bandera de ser grandes conocedores del alma femenina, se arriesgara a escribir sobre alguien como yo: una mujer con carácter que se cansó de teñir de amor lo que, en el fondo, es simplemente sexo.
Pero no les veo capaces (por no decir que “les faltan huevos”). Las mujeres  como yo les intimidan, les acojonan; y prefieren esconder su cobardía bajo columnas de periódico, donde nos ponen de vuelta y media, y hablan de la decadencia del feminismo o, peor aún, se atreven a inventar conceptos innovadores como “feminismo nazi”, una de sus últimas demostraciones de torrencial ingenio.
A esos, a los que se creen en poder de la verdad, a los que piensan que conocen el secreto de las mujeres, les reto a que vengan aquí y hablen de mí, una mujer independiente que no necesita amor para  seguir adelante, ni tampoco un hombro —de hombre— en el que apoyarse y a la que le gustan los revolcones ocasionales tanto o más que a ellos.
No vendrán, no, porque en el fondo no soportan ver su reflejo en un cuerpo más perfecto. O quizá sea, simplemente, porque temen sucumbir.

Imagen:
http://www.deviantart.com/art/Femme-fatale-245613504