martes, 8 de marzo de 2016

Diego. ('Con nombre propio')



Me considero un escritor mediocre desde que ella entró a formar parte de mi mundo; viviendo de las rentas de un nombre, de una fama, ganada a base de  tormentosas historias que conseguían helar el alma de mis lectores que, en poco tiempo, me elevaron a la categoría de escritor de culto. Nunca supe bien a qué daba derecho aquella categoría, pero no se vivía del todo mal en ella.
Ni los premios, ni el dinero, ni las críticas favorables por mis últimas novelas lograban llenar el vacío que sentía por no poder dar vida a aquellos primeros personajes angustiados, heridos, que habían logrado consagrarme como escritor.
Estaba atrapado por un amor que apaciguaba mi desazón, mis desvaríos, ese lado cruel y amargo que todos nos empeñamos en ocultar, pero al que yo había convertido en la clave de mi éxito.
Su amor estaba dulcificando mi carácter, impidiéndome crear esas criaturas perdidas en traumáticas historias que sufrían la vida que yo les había impuesto.
Aunque a los ojos de los demás era infinitamente mejor desde que ella estaba conmigo, tanta felicidad estaba acabando con mi capacidad para crear. Todos insistían en recordarme una y otra vez que tenerla a mi lado me estaba convirtiendo en mejor persona. Pero nadie caía en la cuenta de que, a medida que me enamoraba como hombre, como escritor iba muriendo con novelas decadentes y sensibleras, relatos de metro que se devoraban sin apenas prestarles atención.
Yo me veía atrapado, viviendo la vida de otro. Me sentía incompleto sin mis personajes sufriendo historias retorcidas que nunca acababan bien. Me diagnostiqué un exceso de felicidad; demasiada para escribir a mi gusto, para poder zambullirme en la mente atormentada de mis criaturas y desangrar sus vidas ante incautos lectores hambrientos de nuevas novelas. Había olvidado lo que era el sufrimiento, el dolor en lo más profundo, la desolación, el miedo. Necesitaba volver a encontrarme con esa angustia, verla reflejada en los ojos de alguien. De ella, por ejemplo.
Y así, di rienda suelta a mi plan. (…)

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