Siete años, siete cuentos: “Tengo
superpoderes”
Y continuamos con otro de mis
cuentos favoritos: CUATRO DE PICAS.
Este relato, donde Lucía nos
cuenta como es su vida, es un reflejo de las miles de personas ciegas que viven
su realidad de una forma positiva y peculiar.
La idea surge por una
colaboración en uno de los blogs de MadridActual. Cuando me pidieron que escribiera
algo, no demasiado largo, sobre la temática que a mí más me apeteciera…, pensé
en contar la realidad desde el punto de vista de una persona ciega.
Lucía me ha dado grandes alegrías
y ha puesto el dedo en la yaga de la incomprensión y la invisibilidad del mundo
“vidente” en el que nos movemos. Un mundo del que tendemos a excluir a
cualquiera que no cumpla los requisitos estandarizados de normalidad.
Os dejo la versión escrita y
la versión sonora, con la voz de Sonia Ramírez, actriz protagonista del
cortometraje “Para Sonia”.
Disfrutadlo.
TENGO
SUPERPODERES
Aún no son las ocho de la mañana y aquí me
tenéis: helada de frío, sentada en un banco frente a mi casa, con el abrigo encajado
hasta los ojos, esperando a mi taxista de cabecera.
Me llamo Lucía, llego tarde a una reunión y soy ciega.
No me gusta presentarme así, por la misma razón
que cualquiera que esté esperando el autobús no dice: «Hola. Me llamo Jaime, voy
a coger el 43 y tengo mononucleosis». Pero es que más de uno (y de dos) me ha
tachado de borde por no saludarle, así que yo ya lo voy avisando por si las
moscas.
Tengo superpoderes. Pensaréis que estoy loca
y quizá tengáis razón, claro que para trabajar en mi gremio hay que tener un
toque de locura, pero es la verdad: tengo capacidades especiales que los demás
(la gran mayoría) no tienen.
Si entramos en un café, podría deciros que la
señora de la última mesa, en realidad, se está tomando un carajillo (y son las
nueve de la mañana) o que el tipo de nuestra derecha viene del gimnasio y ha
decidido no ducharse (gran error por su parte).
También soy capaz de mantener una conversación
mientras escucho las otras tres que hay a nuestro alrededor, saber el importe
de la moneda que se acaba de caer o la
talla de un pantalón sin necesidad de buscarle la etiqueta. Puedo haceros la mayoría de los cálculos matemáticos,
sin tirar de calculadora, y he desarrollado una memoria prodigiosa a la hora de
recordar números de teléfono, fechas, calles, convirtiéndome en una agenda con
patas, muy solicitada entre mis amistades.
Me encanta descubrir qué me han regalado sólo
con la avanzadilla de coger el paquete, agitarlo, apretarlo y soltar la bomba:
“es un juego de pulseras con cuentas de madera», dejando sorprendidas a las
visitas con mis dotes adivinatorias. Descubrir quién es quién con un simple
«hola» cazado al vuelo. O, con mi súper sentido del gusto, ser capaz de
descodificar un sabor hasta reducirlo a un puñado de ingredientes.
A estas alturas estaréis pensando que soy rara.
No, yo no. La enfermedad que tengo, retinosis, sí que lo es, aunque a mí no me
gusta catalogarla así, (realmente, no me gusta catalogar nada). Prefiero decir
que es “exclusiva” porque somos pocos los que la tenemos. Eso nos convierte en
personas únicas e irrepetibles que se mueven por la ciudad (y por la vida)
haciendo uso de sus superpoderes.
Quizá penséis que es una pena vivir así, sin
poder disfrutar de los colores de un atardecer, de una película o del tipo
guapo que se me ha sentado al lado en el metro. No lo veo, es cierto, pero ¿no
creéis que si fuera tan importante ver, todos podríamos hacerlo? Yo puedo
sentir el calor de ese atardecer, disfrutar de las fabulosas voces de nuestros
actores de doblaje o, si la cosa sale bien, quizá descubra que, bajo el
llamativo envoltorio del chico guapo del
metro, hay alguien mil veces mejor.
Yo no le doy demasiada importancia a estos
detalles de mi día a día pero, ciertamente, mi vida es una colección de retos
que me obligan a estar activa, despierta, porque si el “juego” me resultara demasiado
fácil sería muy aburrido.
Ahí
llega mi taxi. Las prisas me reclaman. Nos vemos...
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