Parece mentira… pero hace siete años ya que abrí, de par en
par, las puertas de este blog y, aunque últimamente lo actualizo poco, siempre
ha sido lugar de encuentro y reunión. Por eso, celebremos estos siete años de
locura con mis siete cuentos favoritos.
Empezamos por el As pe Picas, un clásico: “El hombre del
traje gris”. Repetido y reproducido hasta la saciedad, me sigue poniendo los
pelos de punta al escucharlo con la voz de Jose Luis Gil.
Un cuento melancólico y calmado, que nos envuelve y nos sitúa
en esa terraza de Madrid donde, sentado y solo, vemos a un tipo de traje gris esperando
la llegada de la alegría vestida de colores.
Un cuento que surgió por casualidad, tras escuchar una frase
cazada al vuelo al paso de una chica que siempre llevaba diminutos vestidos de colores.
Disfrutad o descubrid este delicioso cuento que contiene
todos los colores, incluido el gris.
Estoy cansado de mi vida, monótona,
aburrida. De casa a la oficina y de la oficina a casa. Vestido de gris. Solo,
siempre solo. Mi mujer se cansó de esperar a que volviera a quererla y un día,
al regresar del trabajo, había recogido sus cosas, la mitad de mi vida, y se
había marchado.
Todas las mañanas, a las nueve, ficho en la
oficina, un agujero donde quemo los días que me quedan, donde mis ideas caen a
la moqueta sin que nadie las aproveche. Café de máquina a eso de las once y
conversación absurda con dos tipos de administración de los que ni siquiera
conozco sus nombres. Y, a las dos, bajo a comer a la misma cafetería donde lo
único que cambia es la mesa en la que me acabo sentando: dentro en invierno y
en la terraza cuando llega el buen tiempo.
Cuando
como fuera, observo la gente que viene y va: los que bajan del 43, los que
entran en la boca del metro, los que cruzan despreocupados.
Ella apareció de repente. Un día me fijé que
una joven rubia, esbelta y pálida se sentaba unas mesas más allá a tomar un
café, haciendo tiempo para que llegara el 43. Unas veces vestida de verde,
otras de rosa, de rojo, azul…
He coincidido con ella cada día, a la misma
hora; apenas veinte minutos en esa terraza y en cuanto ve venir el 43, se
levanta corriendo y sube apresurada al autobús, hasta el día siguiente en que
vuelve a aparecer doblando la esquina, con sus vestidos de colores vivos:
granate, celeste, lila…
Sentado frente a ella, la miraba
ensimismado, hasta que un día comenzó a saludarme, sin más, sólo por el simple
hecho de vernos a diario en esa cafetería.
Es increíble cómo se ilumina la calle cuando
ella dobla la esquina, contagiando alegría. Y al pasar por mi lado, casi
rozándome, con su saludo sonriente, consigue arrancarme una respuesta tímida. Y
al ver a lo lejos el 43 enfilar la avenida, se levanta deprisa y me grita un
“hasta mañana”. Y entonces veo un vestido de color intenso correr a la parada y
perderse entre la gente.
Todos los días espero con ganas que lleguen
las dos para ver de qué color iluminará mi día ¿Naranja? ¿Morado? ¿Amarillo?
He decidido dejar de vestir de gris. Me he
comprado una camisa nueva, roja, por ver si hoy coincidíamos los dos en elegir
el mismo color. Entonces, me acercaré a ella para invitarle a un café y hablaremos
de las coincidencias, de los colores… Y, antes de que salga corriendo a coger
el 43, la invitaré a cenar. Y quedaremos esa noche, vistiendo del mismo color.
Cenaremos y, de la mano, la acompañaré a su casa, donde nos despediremos con un
beso que invite a algo más...
Por fin son las dos. He bajado a la
cafetería con mi camisa nueva de color rojo, pero hoy se retrasa. Quizá se
encontró con alguien, quizá ha ido a otra cafetería con ese alguien… Pasan los
minutos pero ella no aparece. Veo enfilar el 43 por la avenida. Me impaciento y
miro ansioso el reloj… Gris. Gris…
Me doy cuenta de que todo aquello es
absurdo. Nunca nadie como ella se va a fijar en alguien como yo, un hombre gris
que por un momento intentó llenarse de color, pero en el fondo sigo siendo
gris. Lo sé.
Ella no va a venir. Ni si quiera imagina que
la estoy esperando, que desde hace un tiempo es lo único que me levanta de la
cama. Sólo soy alguien al que saluda, al que nunca ha prestado atención. Por
eso hoy no ha aparecido, ni va a aparecer. Estoy convencido de que si se
hubiera acercado a mí habría acabado siendo como yo, pesimista, aburrida,
triste, amargada…
Veo inquietarse a los camareros que suben
nerviosos el volumen de la televisión. El telediario habla de una joven que se
ha arrojado al paso del 43. Sobresaltado, corro al interior de la cafetería
para ver lo que está pasando. Apenas unos segundos, no consigo distinguir las
imágenes, sólo un vestido de un rojo intenso que contrasta con el gris del
asfalto.
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