miércoles, 11 de julio de 2018

Siete años, siete cuentos: DOS DE PICAS


A veces llega primero la voz y después la historia. Este relato es un claro ejemplo. Continuamos con el DOS DE PICAS: “Victoria”.

Poder contar con Antonio Esquivias para la 1ª edición de EL PODER DE LA VOZ fue un lujo. Su voz da mucho juego y eso me puso las cosas muy fáciles… Lo que no esperábamos ninguno es que se creciera tanto y tanto sobre el escenario, arrancándole al público uno de los aplausos más intensos de la noche.

Un momento tan relevante como la recogida de un premio se puede transformar en un momento inolvidable para todos los asistentes a ese evento, incluida Victoria que, sorprendida y abrumada por la situación, escucha desde el público con todos los ojos puestos en ella.

De este cuento no hay grabación de estudio, ni falta que le hace, porque está claro que las mejores interpretaciones siempre son en directo y al calor del público.

Poneros vuestras mejores galas para asistir a esta entrega de premios que ya ha pasado a la historia.



VICTORIA

(La televisión nos muestra un hombre con esmoquin que sube a un escenario a recoger un premio, mientras, el público aplaude puesto en pie)

Gracias a todos… Dicen que los premios a toda una carrera suelen ser los últimos que te dan. Aprovechemos el momento…
En esta vida me he cruzado con gente buena. Muy buena. De esa que no quiero perder y que llevo aquí, en este corazón al que ya le van fallando las pilas. También me he encontrado con gente mala, grandes hijos de… que no merecen un hueco aquí.
Todos sabemos que éste es mi último premio. Está claro que ya miro la vida por el retrovisor… Soy mayor. Muy mayor. Mayor incluso para ser mayor. Y, como tal, me puedo permitir el lujo de decir cualquier cosa. Decir, por ejemplo, que nunca me he leído el “Ulises” de Joice, ni pienso hacerlo. Que la voz de José Guardiola es mil veces mejor que la de Bogart, aunque los puritanos de la versión original se me echen al cuello. Y también puedo decir que Victoria Leiva llegará tan lejos como ella quiera, no lo dudéis.
Sí, Victoria. No puedo dejar de nombrarte en éste, mi último discurso.
Te recuerdo cuando llegaste a Madrid. Una joven llena de entusiasmo, preciosa, con más jeta que talento a la hora de actuar y con un manejo en los idiomas que pronto te abrió las puertas… de todos los dormitorios. Y así, cama a cama, has llegado donde estás.
Tranquila, preciosa, aquí todos sabemos de lo que estamos hablando.
Cuando nos presentaron, te ofrecí mi ayuda sin esperar nada a cambio  y, quien me conoce, sabe que esto es verdad. Sin apenas darme cuenta, te tenía entre las sábanas y pensé que, en el fondo, no estaba tan mayor si aún conseguía despertar esos deseos en una joven como tú.
¡Error! Está claro que lo tuyo es la interpretación, preciosa. Ojala fueras  tan buena en pantalla como lo eres en el dormitorio.
Tu carrera empezó a despegar y cada vez tenías más compromisos… de cama, probablemente. Y me fui quedando en un segundo plano, tercero… hasta desaparecer de escena.
Después, te veía en fiestas, colgada del brazo del tipo de moda y yo pensaba: «¿Qué tendrá ese que no tengo yo?».
¡Éxito! Eso era lo único que tenían, éxito. Cinco minutos de gloria. Eso es lo único que buscas, Victoria, y eres capaz de cualquier cosa con tal de tener tus cinco minutos. Esa es la única razón de que hayas vuelto a mi vida, porque hoy, por este rato, yo soy ese tipo de éxito.
Pero soy generoso y, como ves, te he cedido mis cinco minutos.
En fin, termino ya, lo prometo.
Gracias por este premio, significa mucho para mí. No sólo porque me ha recordado que hay quien me quiere bien sino, y esto es exclusivamente para ti, Victoria, porque me ha servido para darme cuenta de que todos estos años deseando que volvieras sólo han sido una pérdida de tiempo. Búscate un taxi, preciosa. No seré yo quién te lleve de vuelta a casa.
Gracias a todos…

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